Lo único que quedó, tras aquellos días de sol y sal, fueron las colinas olivadas y las estatuas desnudas fundiéndose en el alba de la Noche.
Aquella, a cuya orilla estuve siempre anclado, y ella navegando en mi mar.
Aquella, cuyos ojos lloraron mis súplicas y cuyos oídos escucharon mi orgullo.
Aquella, a la cual el Sol regaló el Verano, y la Luna fue deshonesta.
Aquella cuyos labios desgarraron la piel y arrancaron suspiros,
vino para ser soñada pero no amada.
Y eso fue todo lo que ocurrió, mas el dolor perdura.
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